Aún recuerdo la noche en la que la situación de Ana empeoró, quisiera poder decir que antes de enterarme de la terrible noticia, la noche era normal, tranquila y que tan grave situación vino a romper el equilibrio y el balance que mi vida tenía en ese momento. Pero estaría mintiendo si digo tal cosa; para ser franca, porque de eso se trata esto, de ser franca. Yo estaba pasando por una de las peores situaciones a las que me he tenido que enfrentar en mi vida, no podría jamás tratar de describir como me sentía, y ni siquiera lo voy a intentar, pero para efectos de esta historia es importante que sepan que mi vida ya era una desastre masivo.
Había sido un día largo, tratando de poner en orden mi vida, con la ayuda y la compañía de mis eternas aliadas, La Negra, Thania, Gaby, Nathalie y mi primas Marlen y Malex, mucho después se unieron a ellas mi madre y mi hermana, y al cabo de algunos meses salí de tan dificultuoso transe. Esa noche llegué a mi casa, extenuada, con el peso inmenso de una carga que sólo yo podía llevar, me fui a dormir esperando despertarme y darme cuenta de que todo había sido una pesadilla y que ya había terminado. Pero no fue así, lo que me hizo abrir los ojos fue el sonido estruendoso del teléfono en medio de una noche callada y llena de soledad, a eso de las 3 de la mañana Alberto me comunicó que la salud de su mamá había empeorado repentinamente y la tenían que trasladar a un Hospital en Caracas, su voz entrecortada y débil me dejaba entrever que el sabía que ella no saldría con vida de ese Hospital. No dije mucho, no había mucho que decir, desperté a mi mamá y le conté, en medio del silencio pero seguras de estar siendo escuchadas esa noche elevamos una oración al cielo por Ana, por sus hijos y por el resto de su familia, yo no sabía si pedir un milagro o una cura para esa enfermedad, no sabía si creer en la justicia divina o en la mala suerte, mi madre en su profunda sabiduría, oró para que se hiciera la voluntad perfecta de Dios y para que Su paz, esa paz que sobrepasa todo entendimiento humano y racional, se esparciera sobre todos aquellos que ese momento sufrían y se verían afectados esa noche. Confiando en que había hecho lo único que estaba en mis manos y en mi limitada capacidad, volví a la cama.
A las 6 de la mañana, el silencio se rompió una vez más, esta vez era la presencia de Alberto quien irrumpía en mi casa, su mamá había fallecido. Ese momento que tanto temíamos pero que sabíamos era inevitable había llegado, ese día comprendí que nada te prepara para la muerte, todo fue tan rápido y en este momento tan nublado en mi mente, que me es difícil recordar cada detalle. Era una madrugada fría, como suelen serlo a principios de año en Caracas. Alberto tenía una calma desconcertante, sus ojos se veían más oscuros que de costumbre y su piel morena brillaba con la poca luz que la luna brindaba, era una noche tan hermosa como triste. La mirada de Alberto reflejaba que aún no entendía lo que estaba pasando, le di un sweater para que se abrigara, no había tiempo de hablar, de consolarlo, tenía mucho que hacer, mucho que resolver, muchas cosas que poner en su sitio, a partir de ese momento se convertía en la cabeza de familia, a partir de ese momento todo cambiaba.
Seis horas más tarde, estabamos en sentados en una funeraria, un lugar seco y como sacado de una película antigua, la tristeza se respiraba en el ambiente, era como una niebla espesa atravesando los pasillos de aquel sitio, flores por todas partes, y el olor fuerte del café que trataba de calentar el alma de todos en aquella noche fría y despejada, la gente al igual que las flores no paraban de llegar, todos con el mismo propósito, despedir y honrar a una mujer querida y apreciada enormemente. La Negra me llevó, y me iba a recoger, estuve hasta muy tarde acompañando a mi hermano, a mis tres hermanos, sin tener mucho que decir con palabras, pero sabiendo que el estar a su lado, tomarlo de la mano, mostrarle mi profundo amor, de alguna forma, por pequeña que fuese, aliviaba al menos por un segundo el dolor profundo de su corazón.
Esa noche tuve que poner de lado mi dolor, mis propias emociones, aquella situación que me atormentaba y que no podía compartir ni siquiera con Alberto, esa noche no se trataba de mí, se trataba de ellos, de su dolor, de su agonía, de su pérdida irreparable.
No importa cuanto trate, mis habilidades como escritora jamás me permitirían expresar con palabras como esa familia se vio afectada por este trágico evento, como ha partir de ese momento, nada volvió a ser igual, como el futuro de muchos cambió en tan solo un instante.
Pero el propósito de esta historia no es ese, no es darles detalles mórbidos sobre la muerte de un ser querido, al contrario, mi intención es que ustedes de algún modo sientan que no están solos en sus luchas, en sus dificultades, que cualquier situación por dura o difícil que sea, tiene salida, y que el tiempo y el amor sanan las heridas. Alberto y sus hermanos extrañan a sus padres, los recuerdan con amor y quisieran poder estar aún con ellos, pero sus vidas han continuado, hoy en día son tres hombres maravillosos, llenos de sueños y de esperanza. Siempre con una sonrisa y amor para dar.
Han pasado once años desde aquella noche fría en la que el destino de muchos se volvió a escribir. La noche en la que Ana nos dejó, cuando la oscuridad era tan profunda y penetrante que atemorizaba al más valiente. A pesar de tanta tristeza y dolor seguimos unidos, tomados de la mano, queriéndonos y apoyándonos. Al final eso es lo que importa, como tratemos a los que siguen aquí.